La programación anual didáctica es un documento fundamental en el proceso de enseñanza-aprendizaje y también, uno de los textos más manejados por el docente en su trabajo diario. En él se recogen las reglas establecidas por el departamento didáctico acerca de cómo se va a desarrollar el curso académico, qué contenidos se van a impartir, con qué objetivos y de qué manera se va a evaluar el proceso.
Algunos incluso quieren ver en la programación un verdadero contrato entre el alumno y el profesor que actúa como árbitro o referencia a la hora de determinar los límites, las exigencias y las condiciones del proceso educativo para una asignatura en un curso académico determinado. Por todo ello no es difícil entender que la programación ostente un lugar privilegiado en la profesión.
En las oposiciones la programación disfruta también de un papel muy destacado, dado que la segunda parte (popularmente conocida como la “encerrona”) está centrada en ella y en la defensa de una de sus unidades didácticas. Sin embargo, dado que el gran filtro de aspirantes se produce en la primera parte (la técnica, relacionada con la especialidad), muy a menudo la programación acaba perdiendo valor a los ojos no sólo de los aspirantes sino también de los miembros de los tribunales, que en ocasiones no ven en ella más que un mero trámite.
Tanto es así que en algunas ocasiones extremas los tribunales llegan a pasar a la segunda parte a pocos más aspirantes que plazas hay convocadas, de forma que la parte didáctica de la oposición queda de facto aniquilada midiéndose la competencia profesional de los futuros docentes casi exclusivamente en base a su dominio de su especialidad e ignorando en la práctica sus habilidades docentes.
Sea como fuere, la programación es la gran abandonada en la preparación de oposiciones. Al menos esa es la sensación que tenemos preparadores y academias, más a menudo de lo que nos gustaría, cuando vemos a nuestros alumnos postergar hasta el último minuto la redacción del documento con el argumento de que ya saldrán del paso. Es verdad que el práctico suele ser extremadamente difícil y que el temario, largo y denso, también requiere mucha atención por parte del opositor. Pero de nada servirán el trabajo invertido en esas partes de la oposición si luego, aprobada la primera parte, no se dispone de una programación en condiciones lista para defender.
También es verdad que hay quien, habiendo aprobado la primera parte, se “agencia” una programación de un amiguete o incluso quien la compra a un particular o a una academia. Ni que decir tiene que esta práctica es fraudulenta y al tribunal le suele resultar bastante fácil darse cuenta aunque le resulte difícil o imposible demostrarlo. La programación tiene que ser un documento original, personal e intransferible.
En caso contrario, la calidad de su defensa suele menguar enormemente, porque no es lo mismo defender un documento hecho por ti en cuyos contenidos crees, que defender un documento hecho por otra persona y defenderlo como si fuera tuyo sin creerte ni una palabra de lo que estás diciendo, o peor aún, sin tan siquiera entenderlo.
Por eso, desde Kiwaku os recomendamos encarecidamente que os toméis muy en serio no sólo la redacción de una programación hecha de manera seria y rigurosa, sino la práctica cuidadosa y sistemática de su defensa ante el tribunal. Esta parte suele ser tradicionalmente otra gran olvidada, y no es lo mismo improvisar un discurso ante el tribunal que haberlo preparado y ensayado previamente.
Una programación bien hecha lleva tiempo y necesita calma y reposo. Y aprender a hacerla no sólo es un trámite necesario para aprobar las oposiciones docentes sino que es también la garantía del dominio de la profesión para la que te estás preparando. No la dejes para el último momento: vete preparándola al mismo tiempo que preparas el práctico y el tema. No dejes al azar su defensa: prepara hasta el más mínimo detalle. Porque una programación bien hecha a tiempo es una victoria.
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