A lo largo de los últimos veinte años la Administración educativa se ha gastado una fortuna en equipamiento informático para centros. No queda centro educativo que no tenga ordenadores en los departamentos, la sala de profesores, las aulas y la biblioteca. Como consecuencia, hemos cambiado nuestros hábitos y nuestras estrategias a la hora de dar clase.
Atrás queda el profesor de Inglés o de Francés con el radiocassette o el lector de CDs, el de Geografía e Historia con las diapositivas o el de Matemáticas con la pizarra y la tiza. Todos estos instrumentos han sido desplazados en mayor o menor medida por el ordenador con conexión a Internet, el pendrive y, más recientemente, el almacenamiento en la nube y las herramientas colaborativas online.
Por si esto fuera poco, a lo largo de la última década se han puesto en marcha en España programas de integración de la informática en las aulas con el objeto de que cada alumno disponga de su correspondiente ordenador. Este modelo (llamado “1:1” o “1 a 1”) fue muy aplaudido por algunos, que celebran el poder trabajar sin límite con recursos online dentro del aula.
Pero también fue muy criticado por otros, que señalan el elevadísimo gasto que esto supone para las arcas públicas y lo rápido que los equipamientos quedan desfasados (hay que tener en cuenta que la vida media de un ordenador portátil es bastante limitada). Ya en 2015 el diario 20 minutos se hacía eco de un estudio recién publicado que revelaba que España era el segundo país europeo donde más ordenadores había por alumno: 32 por cada 100.
Iniciativas como OLPC (One Laptop per Child) pretendieron reducir los costes de producción de los equipos para facilitar que los gobiernos pudieran implantar estos programas y, muy especialmente, los gobiernos con menos recursos. Google trabajó también desde esta filosofía con su Chromebooks, diseñados para abaratar los costes de los portátiles y facilitar así el modelo 1:1.
Pero la tendencia que lleva unos años imperando como solución a este problema en los países occidentales es, sobre todo, el BYOD (Bring Your Own Device: “Traete tu propio dispositivo”). BYOD es el resultado lógico de la venta masiva de tabletas y teléfonos móviles, que ha llevado a que prácticamente cada persona tenga su propio teléfono inteligente, tableta o portátil.
El uso de estos dispositivos propios como herramientas de trabajo se ha generalizado: hoy usamos nuestro móvil para consultar el correo del trabajo, con apps como Edmodo o Google Classroom que nos permiten estar en contacto con compañeros y alumnos o para trabajar con apps educativas. Está claro: ya no nos resulta (tan) imprescindible que la Administración se haga cargo de los equipos y, es más, agradecemos poder trabajar con las apps y las herramientas de nuestra elección y no con las impuestas por la empresa.
Algunos han querido ver en esta tendencia creciente del BYOD una solución eficaz al dispendio de la Administración en mantenimiento y renovación de dispositivos, tendencia opuesta muy particularmente a los progamas 1:1, caros y muy poco productivos.
Algunas de las ventajas del modelo BYOD son:
1) Ahorro económico considerable, ya que se aprovecha los dispositivos de los que ya dispone el alumno.
2) Aumento de la motivación, porque el alumno trabaja de mejor grado con una herramienta que está configurada según sus gustos y necesidades.
3) Acceso permanente a las apps utilizadas en clase y posibilidad constante de participación e interacción con el profesor y con otros alumnos.
Naturalmente, el modelo también tiene sus detractores. Las desventajas que se le achacan son, fundamentalmente:
1) La desigualdad que el modelo genera, ya que puede haber alumnos que no se pueden permitir disponer de un dispositivo, o que pueden tener uno antiguo o modesto frente a otros compañeros con dispositivos más modernos o de gama alta.
2) La carga de la adquisición del dispositivo en los padres en vez de en la Administración educativa.
3) Naturalmente, no es un modelo exportable a los países del Tercer Mundo, en donde los alumnos no tienen la posibilidad de adquirir un dispositivo propio.
El debate está en la mesa, pero de momento parece que el BYOD ha llegado para quedarse.
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